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Vocación de servicio más allá de los años

Mirta Bizzarri ha sido enfermera por más de 40 años, y una vez jubilada, recuerda con cariño su carrera, su paso por esta noble profesión.


Mirta es una mujer que disfrutó mientras estuvo al servicio de los enfermos, es sanrafaelina, madre de dos hijos y abuela, y a sus 69 años recuerda sus muchas vivencias, las que la llevaron a ser enfermera, aunque admite que todo en su vida pareciera haber sido fruto del azahar. “Una vez cuando fui al cumpleaños de un compañero de mi hijo, su madre me invitó a rendir con ella para ser enfermera, yo le presté los libros a ella y aun así ella rindió mal y yo bien”, comenzó a contar Mirta, un tanto divertida con su relato.
Cuando inició sus estudios, ya tenía a sus dos hijos pequeños, pero decidió seguir con su llamado de vocación. Más tarde, inició a trabajar en la clínica Ciudad, aunque terminó dejándola para entrar a trabajar en la clínica Gutiérrez, en la que tuvo varios problemas debido a prácticas ilegales dentro del hospital: “Yo le ponía inyecciones a una familia que vivía en mi esquina, eran muy pobres, tenían cinco hijos, y yo no les cobraba, porque no me costaba nada ir a ponerles las inyecciones. Ahí es cuando fui convocada para trabajar a la clínica Gutiérrez, pero no me gustaba porque ahí practicaban abortos, era mejor quedarse callado”. “Trabajé 6 años en la clínica Gutiérrez y un médico que me conocía me dijo que llevara mis papeles al hospital, a mí no me gustaba trabajar en el hospital, pero como yo había ayudado antes a un paciente suyo a encontrar a un traumatólogo, él insistió en que me quería trabajando en el hospital. Y todo se fue dando así”, agregó.

Quizás sea una prueba de cómo funcionan las cosas para quienes aman su oficio, y entregarse para el bien de la integridad de la comunidad. Cuando fue a acompañar a un familiar suyo a hospital por unos papeles se quedó sola en el cuarto piso, y se encontró con un hombre que sangraba, entonces decidió ayudarlo y cortar la hemorragia. “Ahí me dieron mi carnet de enfermera”, aseguró.

“A los diez días llegó una ambulancia a mi casa, y los atendió mi mamá, ellos le dijeron que me buscaban, ella no quería porque tenía a mis hijos pequeños, pero yo escuché y les pregunté cuándo tenía que ir. Entré a trabajar el 23 de agosto”, relató.

Fiel creyente de que Dios, le ayudó en el camino de su trabajo, recuerda cada vez con más nostalgia aquello que amaba de su labor: “Ya una vez que entré me gustó, cada uno viene con un destino, me gustaba todo, me gustaba hacer los trámites, llegaban los pacientes y yo los acompañaba y les pedía turno para los análisis o directamente iba con el doctor”. Ahora que está jubilada y termina de superar el tratamiento para el cáncer de mama, puede ver cómo todos sus pacientes la recuerdan con cariño, rezan por ella, la saludan con una sonrisa, la defienden, incluso los doctores: “El otro día me encontré con un doctor que me dejó pasar a su consultorio. Cuando era nuevo iba al hospital en ayunas y yo le preparaba café con leche y le compraba raspaditas y se las daba”.


Pero no es la única que siente satisfacción y nostalgia de aquellos días: “Tu voluntad tu tesón, tu buen humor hacían que nuestras jornadas de trabajo fueran más llevaderas”. Así inicia la carta de agradecimiento que sus compañeras de oficio le dieron el día de su jubilación, y sigue: “Tu gran compañerismo puesto siempre al servicio de ayudar al compañero más necesitado, te da una figura destacada entre varios, siempre atenta, cuidadosa y respetuosa de los demás, sin esperar nada a cambio”. Aunque hasta hace muy poco no había podido leerla, al escuchar cada línea un sentimiento indescriptible pasó por sus ojos, la añoranza y los deseos de volver a encontrarse con tantas personas que ya no son parte de ese camino, la carta y su remitente dejaron tal impresión en ella, que incluso pareciera haber pasado por alto que era una carta de agradecimiento.

“Me gustaban los pacientes me gustaban los médicos, e incluso las pacientes luego de jubilarme me recordaban y ponían en sus oraciones. Una compañera me decía que parecía una gallina con pollitos, cuando me vio con los niños de un hogar”, recordó y volvió a reír, regresando a lo que ella amaba del oficio.
Al consultársele cómo ve una mujer con su experiencia la medicina de hoy y cómo ve a su amado hospital, agrega: “Al Schestakow lo quiere todo el mundo porque es responsable, porque son muy comprometidos los médicos, las enfermeras, todos se preocupan un montón, y si no te preocupás el director te llama la atención. Yo cuando un médico no quería atender a un paciente en el consultorio, me iba al director con la paciente (una pícara sonrisa comienza a volver a su rostro), como cuando me encontré a una señora llorando con un niño, y me dijo que venía de Alvear, ¿sabes lo que es venir de Alvear y que no te atiendan? Entonces la llevé con el director y él convenció al doctor, vaya a saberse qué le dijo”.

Un ejemplo en el trabajo y en la vida si se toma en cuenta que quien se ama, ama su trabajo y a los demás, tendría una sobrada felicidad, incluso ahora, para quienes lo dieron todo, les queda el contrariado sentimiento de felicidad, pero a la vez insatisfacción por no poder darlo más, de seguir acompañado de gente que lo aprecian y que uno aprecia. Posiblemente lo más hermoso en la vida sea descubrir la vocación de cada uno, y poder darlo todo así, aunque no todos lo comprendan, es una búsqueda que puede llegar a tardar años, o que incluso puede ser entregada de frente como fue el caso de Mirta, lo que es indudable es que personas así serán objeto de agradecimiento de muchas personas, y que vivirán eternamente en quienes tuvieron relación con ella, así como ella los recuerda, porque como dice García Márquez “La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artificio, logramos sobrellevar el pasado”, ¿y que más quisieran todos recordar que fueron el motivo de la felicidad de alguien, que pudieron ayudarlo cuando los necesitó?

Por Cinthia García



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