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La Policía de Mendoza celebró el día de su Santo Patrono en la Catedral




Si bien el Día de San Ignacio de Loyola, Patrono de la Policía de Mendoza es el 31 de julio, este lunes fue celebrada la Santa Misa en su honor, en la Catedral de San Rafael, la cual estuvo a cargo del padre José Antonio Álvarez. Es la primera vez que se hace tras la pandemia, época en la que fallecieron muchos efectivos.


Como se desarrolla anualmente, tuvo lugar el acto en la Catedral con la presencia de la máxima cúpula de Policía de Mendoza en el sur mendocino. En diálogo con La Ventana San Rafael, el comisario Miguel Sánchez, expresó que “este día se conmemora el 31 de julio, y se hace la misa el 1 de agosto para conmemorar al Patrono y continuar con la tradición de la institución de festejar en este día tan especial”. “Como en toda ceremonia religiosa, se pide por los efectivos policiales, se pide por la familia de los efectivos y en este momento tan especial, luego de haber pasado una pandemia con varias bajas es importante recordarlos, así que también se los recuerda”, destacó y agregó que tras aquellos duros días de pandemia, “es bueno reunir al personal policial y es bueno pedir por todos, especialmente por las familias que fueron las que tuvieron que soportar el trabajo”. Resaltó que como servidores públicos, quienes integran la Policía de Mendoza están “al servicio de la comunidad en todo momento”.






La historia de San Ignacio de Loyola

Iñigo de Loyola nació en 1491 en el castillo de Loyola, en Guipúzcoa, norte de España, cerca de los montes Pirineos que están en el límite con Francia. Su padre Bertrán De Loyola y su madre Marina Sáenz, de familias muy distinguidas, tuvieron once hijos: ocho varones y tres mujeres. El más joven de todos fue Ignacio. El nombre que le pusieron en el bautismo fue Iñigo.

Entró a la carrera militar, pero en 1521, a la edad de 30 años, siendo ya capitán, fue gravemente herido mientras defendía el Castillo de Pamplona. Al ser herido su jefe, la guarnición del castillo capituló ante el ejército francés. Los vencedores lo enviaron a su Castillo de Loyola a que fuera tratado de su herida. Le hicieron tres operaciones en la rodilla, dolorosísimas, y sin anestesia; pero no permitió que lo atasen ni que nadie lo sostuviera. Durante las operaciones no prorrumpió ni una queja. Los médicos se admiraban. Para que la pierna operada no le quedara más corta le amarraron unas pesas al pie y así estuvo por semanas con el pie en alto, soportando semejante peso. Sin embargo quedó cojo para toda la vida.




A pesar de esto Ignacio tuvo durante toda su vida un modo muy elegante y fino para tratar a toda clase de personas. Lo había aprendido en la Corte en su niñez.

Mientras estaba en convalecencia pidió que le llevaran novelas de caballería, llenas de narraciones inventadas e imaginarias. Pero su hermana le dijo que no tenía más libros que «La vida de Cristo» y el «Año Cristiano», o sea la historia del santo de cada día.

Y le sucedió un caso muy especial. Antes, mientras leía novelas y narraciones inventadas, en el momento sentía satisfacción pero después quedaba con un sentimiento horrible de tristeza y frustración. En cambio ahora, al leer la vida de Cristo y las Vidas de los santos, sentía una alegría inmensa que le duraba por días y días. Esto lo impresionó profundamente.

Y mientras leía las historias de los grandes santos pensaba: «¿Y por qué no tratar de imitarlos? Si ellos pudieron llegar a ese grado de espiritualidad, ¿por qué no lo voy a lograr yo? ¿Por qué no tratar de ser como San Francisco, Santo Domingo, etc.? Estos hombres estaban hechos del mismo barro que yo. ¿Por qué no esforzarme por llegar al grado que ellos alcanzaron?».

Y después se iba a cumplir en él aquello que decía Jesús: «Dichosos los que tienen un gran deseo de ser santos, porque su deseo se cumplirá» (Mt. 5,6), y aquella sentencia de los psicólogos: «Cuidado con lo que deseas, porque lo conseguirás».

Mientras se proponía seriamente convertirse, una noche se le apareció Nuestra Señora con su Hijo Santísimo. La visión lo consoló inmensamente. Desde entonces se propuso no dedicarse a servir a gobernantes de la tierra sino al Rey del cielo.

En 1540 el Papa Pablo III aprobó su comunidad llamada «Compañía de Jesús» o «Jesuitas». El Superior General de la nueva comunidad fue San Ignacio hasta su muerte. En Roma pasó todo el resto de su vida. Murió en Roma, súbitamente el 31 de julio de 1556 a la edad de 65 años.

En 1622 el Papa lo declaró Santo y después Pío XI lo declaró Patrono de los Ejercicios Espirituales en todo el mundo. Su comunidad de Jesuitas es la más numerosa en la Iglesia Católica.



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