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SITUACIONES QUE TE CAMBIAN LA VIDA

Hace un tiempo atrás, por cuestiones familiares visitaba el hospital a diario. Mi viejo estaba internado en un sexto piso y desde allí contemplábamos al resto del mundo. En realidad, vivíamos en ese mundo hospitalario que solo conocen quienes han pasado por situaciones semejantes, un mundo totalmente ajeno a lo que pueda llegar a suceder puertas afuera.


Mi rutina diaria, que finalmente se convirtió en hábito, era la siguiente: 

• Caminar unas doce cuadras cargando mi mochila al hombro y una bolsa de hielo en la mano.

• Cruzar la sala de espera.

• Saludar a quienes cuidaban de la entrada al edificio.

• Comenzar el ascenso por las escaleras (nunca confié en los ascensores).

• Observar la entrada a la Capilla del cuarto piso.

• Continuar subiendo y finalmente,

• llegar a la sala 407 en donde se encontraba mi viejo al cuidado de mi mamá en la mayoría de los casos.

El tiempo transcurría muy lentamente, quizás por ese motivo, la monótona rutina nos llevó a prestar más atención a lo que ocurría a nuestro alrededor. Comenzamos a identificar a cada una de las enfermeras por su nombre e incluso a conocer sus horarios de guardia, la vida dentro del hospital comenzaba a ser también nuestra vida.

Un día en la parte final de mi ritual de ingreso escuché que desde la habitación contigua a la de mi papá una persona se ahogaba. La sensación es rara, son segundos en los que por un lado el miedo te paraliza y por el otro te invade una especie de desesperación culposa por no saber cómo ayudar.

Cuando las enfermeras llegaron, consideré que contemplar la situación no era la mejor de las opciones y por ese motivo decidí continuar con mi camino.

Horas después despedí a mis viejos y al cruzar la puerta observé a un hombre muy delgado y de bigotes conectado a un respirador, sin lugar a dudas era la misma persona que escuché al llegar. Este nuevo vecino me observaba desde su cama, lo saludé con un leve gesto que me devolvió levantando su mano y me fui pensando.

Al día siguiente la rutina se repetía pero con una diferencia: camino al edificio compré una bolsita de caramelos; crucé la sala de espera, saludé a los guardias, subí las escaleras y antes de llegar observé que la puerta del hombre con el respirador se encontraba abierta, lo saludé nuevamente y saqué la bolsita para dejársela sobre la cama. Me lo agradeció y cuando le pregunté qué le pasaba me contó con un poco de dificultad para hablar, que tenía problemas en los pulmones y agregó que igual estaba contento porque pese a su problema había pasado de grado, ya que durante las semanas anteriores estaba internado en el quinto piso y ahora se encontraba en el sexto. Nos reímos. Me despedí y seguí hacía la habitación de mi viejo.

A partir de ese día a mi rutina se le sumaban dos nuevas acciones: comprar caramelos y visitar al vecino.

A medida que el tiempo transcurría las conversaciones con mi nuevo amigo eran más extensas y variadas. Al cabo de unas semanas supe que estaba solo, que era de un distrito algo alejado y que el cigarrillo había sido el motivo de sus visitas tan prolongadas al hospital. Siempre respondía a mi llegada con una sonrisa y alguna broma. Como sabía que estaba por rendir un examen su pregunta frecuente era:

- ¿Y? ¿Te rindió el estudio hoy? - Eso nunca pasaba, pero mi respuesta era siempre afirmativa.

Una mañana recibí un llamado de mi vieja; me dijo que se acababa de ir de la habitación un hombre que preguntaba por mí. Les contó que me dedicaba al tráfico de caramelos dentro del hospital y que por haberlo visitado durante las últimas semanas quería agradecerme y despedirse. Le habían dado de alta.

Nunca más volví a verlo.

Es evidente que el tiempo pasa y una se va olvidando de ciertas cosas, situaciones, sensaciones, rostros. Muchas veces las obligaciones nos superan, hacen que colapsemos.

Actualmente han pasado tres años desde entonces y me encontraba en esa situación hace apenas unos días: salía de dar clases con los minutos contados para entrar a otra escuela, tenía que pasar por el banco, la cola interminable me impedía llegar a tiempo, tuve que desistir del trámite para poder alcanzar el colectivo que en ese momento se alejaba de la parada, corrí dos cuadras hasta que un semáforo me dio el tiempo necesario para llegar. Subí con mi mejor cara de “odio al mundo”, preocupada por no haber podido hacer lo que debía, pero cuando me senté, observé una cara que me resultaba algo familiar. Tenía dos opciones: pasar desapercibida y continuar en silencio pensando en todo lo que no había hecho, o abandonar mi lugar y acercarme. La opción dos abría una serie de interrogantes: ¿Será él? ¿se acordará de mi? ¿cómo era que se llamaba?

Opté por la segunda:

- Yo lo conozco a usted – le dije.

Me miró sorprendido sin emitir respuesta. Hablé nuevamente:

- Estuvo mucho tiempo internado, ¿no? - su reacción no cambio, seguía observándome sin pronunciar palabra.

Finalmente, como último recurso, cuando empezaba a sospechar que no había sido una buena idea considerar la opción dos le dije:

- Yo le llevaba caramelos - lo que para mi sorpresa no tardó en generar un efusivo:

- ¡JULIETITA!

Me abrazó y me contó que siempre se acordaba de mi porque me llamaba como un personaje de su película favorita de Cantinflas. Fuimos hablando durante todo el camino. Me contó también que caminaba con la ayuda de un bastón porque “los años no vienen solos” y que se sentía feliz por haberme visto. Me hizo prometerle que si nos encontrábamos de nuevo lo iba a saludar de cerca porque ya no veía muy bien y se lamentaba por no haberme reconocido antes. También me dijo que no creía en las casualidades, que todo pasa por algo y le había hecho mucho bien recordar las cosas lindas que vivió en el hospital pese a lo difícil que pueden llegar a ser algunas situaciones. Nos despedimos y me bajé del micro con los ojos llenos de lágrimas.

La voz de mi conciencia me repetía una y otra vez: “¿De qué te quejabas? ¿Por qué venías enojada?”. Mi día cambio por completo, mi semana, mi mes.

Es increíble todo lo que puede generar una simple bolsita de caramelos.

Por Julieta Rabino


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