No entienden muchas cosas de este mundo, no entienden que haya gente con hambre en un lugar tan rico; les cuesta entender que pueda ser todo tan difícil incluso para personas de su misma edad; no entienden que haya gritos hacia abuelos que sufren frío, ni que el paso de los años pueda ser un enemigo mortal; no entienden que el pelo se cae, las arrugas llegan, la inocencia se va con el arribo del conocimiento. Miran con indiferencia el reloj y los calendarios, da igual.
Si todo está bien con él, ven en el padre a un héroe invencible, suponiendo que no se irá nunca de aquella aventura tan real.
Se encuentran encerrados entre nuevas letras, libros, palabras, oraciones que alguien las dicta. Más tarde comprenden que con esos materiales se arma el lenguaje con el que dan que hablar. Hay tanto por aprender todavía, un universo tan grande, un sinfín de verdades, verdades a medias y mentiras piadosas (otras no tanto) y ellos deben volverse capaces de resolver cuál es cuál. Poseen muchas preguntas que hacer y cada día son más pues la respuesta de alguna provoca más dudas.
A muchos les brota la inteligencia de la nada (aunque no la busquen) y aquello que pretenden descubrir les termina apareciendo de alguna manera que nadie comprende.
De a poco, día a día, año tras año, dejan de ser eso que tanto les gusta, y con el paso del tiempo surgen más obligaciones y derechos distintos. Son parte de la sociedad y tienen para sí un lugar de preferencia (o deberían tenerlo), se trata de seres humanos pequeños pero fundamentales: son niños.
Por Max Belaeff
