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Cuando escribir se vuelve una pasión

El escritor ganador de varios premios, Fernando Carpena, participó este año de la Feria del Libro en San Rafael, donde tuvo la oportunidad de mostrar su obra a los cientos de concurrentes. Si bien reconoce que no se puede vivir puramente de la escritura, ésta en su vida se ha vuelto una parte indispensable. 


Fernando tiene 48 años. Si bien nació en Buenos Aires, vive en San Rafael desde hace 12. Llegó junto a su esposa Paula para realizar actividades turísticas, pero se enamoraron del lugar al punto de decidir mudarse. Más tarde nació aquí su hija Sol. “Cada vez que voy a Buenos Aires, tiemblo de pánico preguntándome ‘¿cómo pude vivir cómo tanto tiempo acá?’ Ya somos sanrafaelinos ‘por adopción’”, asegura.

¿A qué se dedica más allá de la literatura? 



Por el momento trabajo haciendo videojuegos. Yo toda la vida fui dibujante, trabajé en Buenos Aires en dibujos animados, en historietas, en diseño textil, y lo último que hice fue hacer videojuegos junto a Fernando Sendra (el autor de “Yo Matías”) a quien yo le hacía los videojuegos de “Yo Matías” en la parte gráfica (no en la programación ni nada por el estilo). De ahí me vine a San Rafael, donde, por suerte –y gracias a Internet– conseguí hace 11 años, laburo para una empresa norteamericana. Comencé siendo artista y ahora soy director de arte, manejando un pequeño grupo de artistas.
Lo de la escritura viene después, casi como un hobby, siempre es un hobby, porque no te da de comer nunca, porque Argentina es un país bastante poco amable con el tema de los escritores (salvo con algunos que tienen un merecido éxito, por supuesto). Pero la pasión es innegable.

¿Cómo llega la obra literaria?

Con timidez, después de haber leído muchas cosas. Tuve la suerte de haber tenido una casa muy llena de libros y con una personalidad muy tímida, con lo cual me refugiaba mucho en ellos. Empezás a leer y te refugiás mucho en los libros. Parece una “frase hecha”, pero igualmente la literatura te abre un mundo muy interesante. Después pasa el tiempo y uno se deja engañar por todo eso y piensa que es fácil escribir y lo intenta, casi como una forma de agradecimiento a todo eso recibido, casi como el chico que ve fútbol por la televisión y se anima a patear una pelota a ver si le sale igual que a Messi… y la respuesta es “no” (risas). Pero a fuerza de practicar, uno empieza a desarrollar ciertas herramientas que te hacen sentir cada vez más orgulloso con el tema de lo que vas haciendo. Y la obra sale de ahí, sale de practicar, de leer mucho, de probar con amigos y familiares eso que estás escribiendo a ver qué efecto genera y que termina siendo un efecto a todas luces falso, porque no hay nada más artificial que una madre elogiándote: Te va a decir “¡qué lindo!”. Y luego te animás a jueces un poco más severos, amigos lejanos, personas que conozcan un poco más de literatura y buscás la crítica. Y de ahí surge el animarse a participar en algún concurso como primera búsqueda de cierta legitimización de la escritura.

En las profesiones tenés una forma concreta de ligitimización: Te recibiste de abogado, de contador (tenés un papel que lo certifica), pero ¿qué certifica que sos un escritor?, ¿la cantidad de obras publicadas? Belén Francese tiene un libro publicado (risas). Es una pregunta a la que todavía no le encontré respuesta. Pero a partir de ahí surge la primera mención en un concurso en Córdoba, “Los jóvenes del Mercosur” (2010) para una novela que se llama “Paz y Carbonelli” que es una novela infantil, en la que se nota que vengo del mundo del dibujo animado, aquellos en los que aparecían un ángel y un demonio sobre los hombros del protagonista para decirle “comete la torta” y el otro decía “no, no te la comas”, ellos son los protagonistas. Es un libro que, básicamente, habla sobre la consciencia. Me causó gracia porque, años después, Pixar estrena la película “Intensa-Mente” donde hay una temática parecida, cómo funcionan las emociones dentro de la cabeza. Acá es el bien y el mal dentro de la cabeza de un chico.

Después hubo un cierto abandono del mundo de las letras, porque yo me sentía orgulloso con eso. Y después hubo un resurgir, empezando con cuentos, obteniendo algunos premios en concursos no demasiado importantes, pero todos en busca de aquella legitimización. Mandé un cuento a Venezuela que organizó una entidad que está trabajando con el tema del autismo, ganó primer premio; mandé micro-relatos a España para un festival de cine de terror y gana primer premio; salgo seleccionado en Córdoba con un relato de humor para una antología; empieza a haber ciertos signos de que tan mal no está funcionando la cosa; hasta que finalmente llego a ganar el primer premio en Vendimia acá en Mendoza, en la categoría “Infantil-juvenil” con “Luana, una historia de África”. Y a partir de ahora, es una constante de estar queriendo hacer producciones cada vez más elaboradas y sigo trabajando haciendo cuentos.

Obviamente, no puedo dejar mi trabajo con los videojuegos porque es lo que me paga las cuentas del gas (risas), pero la producción es constante, sobre todo en lo que es la producción infantil-juvenil, que me encanta. Pero también tengo una novela escrita que es un policial para adultos (me gusta mucho el género) y tengo dos libros terminados. Posiblemente uno vea la luz el año que viene –si todo sale bien– que se va a llamar “Fuera de la torre”, que lo sacará la editorial Comunicarte. 


¿Cómo es su trabajo?, ¿la idea nace de la nada o la va construyendo a medida que escribe?

Yo siempre digo que “cuando se apaga la luz del trabajo dejás de ser ese trabajo y sos otra persona y hay otras cosas en las que sos constante”. En todo lo que tenga que ver con el arte, no se acaba porque terminés el horario que vos te autodesignaste para trabajar. Cuando sos músico, capaz que te despertás en la mitad de la noche con una melodía y cuando trabajás con las letras y te gusta escribir, aprendés a mirar y a observar, y de la observación es de donde duermen las historias: Vos vas al supermercado, escuchaste a alguien hablando con otra persona y te encontrás con una frase genial que decís “lo tengo que poner en un cuento”. Las ideas están flotando, tenés que entrenarte en ser una especie de esponja y tener una percepción bastante alta; mirar las noticias.

A mí me gusta mucho a la hora de pensar en lo que yo le llamo a la hora de escribir “extrañamiento desplazado”: Te aislás un poco de esta situación que hacés siempre y empezás a mirarla como si esa situación te resultara extraña, como si fueras un extraterrestre. Es ver una situación extraña pero desde otro punto de vista. Es mucho lo que hace Pixar: Cuando hace Toy Story, corre el punto de vista del niño jugando y lo pone en el juguete, entonces lo que vas a ver es una historia, donde la relatan los juguetes. En el cuento “Memorias de un wing derecho” de Fontanarrosa, un jugador de fútbol relata cómo es el estadio, su desempeño en la cancha, pero en el final se revela que es un jugador de metegol y de ahí sale la película “Metegol” de Campanella. Ocurre este corrimiento de la realidad, donde a un hecho que ya conocés se lo cuenta desde otro lado.

Las fuentes donde se originan las ideas pueden ser infinitas, a mí me gusta esa.

Cuando escribí “Luana, una historia de África”, me basé en los documentales de Discovery Channel donde ves todo el tiempo a los animales cazándose o apareándose y empecé a contar una historia desde el punto de vista de los animales, siendo filmados, inventándome toda mitología, como si ellos fueran de Hollywood y como que todo eso que vemos en los documentales es falso, sólo que los humanos no lo sabemos, en realidad los animales se enteran que los van a filmar y planifican la escena: “Vamos a simular que vos cazas a esta gacela y los humanos se van felices creyendo que se fueron filmando a un león cazando”. Esa es la premisa del libro.

Hasta ahí es la ocurrencia, pero la ocurrencia precisa un andamiaje, una historia que la sostenga, si no, es simplemente un chiste. Si no es decir “qué divertido sería si Papá Noel entregara regalos en agosto”, ¿y después qué? Hasta ahí la ocurrencia, pero hay que contar una historia con eso. Ahí es donde empieza el trabajo más fuerte: Buscar personajes, generar sorpresa, corregir (que creo que es el 80 por ciento del trabajo). Siempre comparo la tarea de escribir con la de los escultores, porque tenés una piedra a la que tenés que quitarle un montón de pedazos, para encontrar adentro una obra de arte, la diferencia que tenemos los escritores es que nosotros primero tenemos que escribir esa piedra: Escribimos un montón de basura que después vamos a tener que arrancar “a golpes”. El escultor la tiene más fácil, va a la cantera y se trae una piedra (risas). Pero corregir es divertido también, porque vas mejorando, implica ciertos rituales.

¿Duele también sacar cosas a la obra, “matar personajes”?

A veces matás personajes que te habían encantado, pero cuando empezás a ver que no funcionan… Lo que uno hace como escritor es un organismo vivo y pasan cosas que hay que escuchar, entonces tenés un personaje que te pide a gritos vivir más, a pesar de que planificaste matarlo en el segundo capítulo, cobra una relevancia enorme. Pero no me siento a planificar capítulo por capítulo lo que va a pasar. Sé cómo empieza, sé a dónde quiero llegar y me dejo sorprender por el viaje. Me gusta mucho que la historia se me siente al hombro y que en el tiempo que tardo en escribir esa novela (que pueden ser tres meses, un año, lo que sea), “los personajes me digan lo que quieren hacer”. Sí me parece importante pensar muy bien cómo son esos personajes, cómo van a reaccionar frente a una situación.
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