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Armando Noguer, ejemplo de vida y trabajo

El doctor Armando Noguer es un médico cirujano sanrafaelino (por adopción), que con 90 años cuenta con una lucidez y una vitalidad envidiables por cualquiera. Sigue trabajando y es miembro activo del Club de Leones de San Rafael. Una historia de vida cautivante.


Armando Noguer nació en Buenos Aires, el 27 de marzo de 1927. Fue hijo único en aquel hogar. Su padre, un comerciante –según cuenta– hizo que no le faltara nada, bajo la estricta condición de que estudiara, de que tuviera buenas calificaciones, y así fue. Más tarde se recibió de médico cirujano en la Universidad de Buenos Aires y por cuestiones de la vida, llegó al Sur mendocino con 31 años y recién casado.
Con 90 años cumplidos recientemente, su edad no le impide ser un hombre autoválido, que vive y se maneja sólo, aunque cuenta con una secretaria que es su apoyo incondicional. Pegado a su casa, vive otro profesional de la salud, el doctor Adolfo Idilio Traverso (de 96 años), con quien mantiene una amistad incondicional de varias décadas. Juntos llegaron a San Rafael hace 60 años para hacer un aporte invaluable a la salud local.

Doctor, ¿cómo llegó a San Rafael?

Llegué por un amigo, tan amigos somos que tenemos nuestras casas unidas. Es el doctor Traverso, que un día me dijo de venirnos para acá a buscar futuro… y al final nos decidimos. Vinimos y abrimos un sanatorio donde hoy está el hotel Cerro Nevado, en la avenida Hipólito Yrigoyen. Ese edificio lo ocupamos durante 27 años, del 58 al 85, cuando se abría la Policlínica. Ese edificio no era nuestro, había que modernizarlo, darle una idea de confort distinta a la que podíamos ver en aquel momento.

Seguí ejerciendo hasta el 93, y en ese año hice una maestría en Salud, en Gestión de Administradores Públicos que lo hizo la Universidad Nacional de Cuyo, a través de la Facultad de Ciencias Económicas y de la Facultad de Ciencias Sociales. Ya me había jubilado y me interesó para tener el conocimiento y para agregarle algún emolumento a la jubilación… ahora estoy esperando la “reparación histórica”. Les voy a mandar una carta pidiéndoles que se apuren porque con 90 años… (Risas).

Después de eso, empecé a trabajar en el hospital Schestakow contratado –porque ya estaba jubilado– en el tema de aranceles, en la oficina de facturación a las obras sociales. Cuando las obras sociales concurren al hospital, el hospital trata de cobrarles porque les da una prestación y el ciudadano ha hecho un aporte que después lo paga el Estado, y eso no puede ser. Entonces se crearon los “hospitales descentralizados de autogestión”, porque cada hospital tiene su independencia, factura y el dinero que le factura a la obra social, cuando la obra social paga, queda en beneficio del hospital. Son ingresos propios que no están en el presupuesto, porque es imprevisible cuántos pacientes se atenderán.

Eso (el curso de auditoría) lo hice en la Fundación Favaloro durante dos años, junto a cuatro médicos de acá que íbamos todos los meses. Aprendimos mucho porque la Fundación tiene un nivel de exigencia tremendo. Yo tenía más de 60 años y se ponía pesado, pero bueno, estaba el interés.

Yo hacía cirugía general y después de que me jubilé, hice cirugía tres o cuatro años más pero después dejé y me dediqué a la auditoría médica, que es lo que hago ahora en el hospital Schestakow y en un sector de facturación del hospital Español del Sur Mendocino.

En tanto tiempo ha conocido médicos que han sido referentes en San Rafael.
Quizás de todos los médicos que conocí en San Rafael, el referente científico más brillante, fue el doctor Edmundo Saigg. Ese hombre fue un gran radiólogo. Yo siempre digo que “con un Fiat 600, hacía estudios cardiovasculares de radiología que hoy no se hacen”. Era un hombre de muchas inquietudes científicas que siempre buscaba algo para aclarar, para aprender y evidentemente para mí fue la figura más descollante que dio San Rafael.

Y también el doctor Guillermo Murphy, que fue el jefe de Clínica Médica del hospital Schestakow, que también fue brillante, recibido con diploma de honor.

Después, conocí gente como uno, gente preparada –evidentemente muchos– pero los que descollaron en aquel momento fueron ellos.

Otro que descolló, fue un cirujano brillante, el doctor Francisco Yazlle, que era el dueño del Sanatorio Regional.

En esa época se había creado una entidad que después desapareció, que también integré, que fue la Sociedad Científica de San Rafael. Desde el año 60, existía el Círculo Médico, cuyo primer presidente fue un gran médico, un gran gremialista, y un hombre de una capacidad muy grande, que era el doctor Rodolfo Montero, padre de la actual vicegobernadora de la provincia (Laura Montero).

Fueron descollantes. Algunos en lo científico, y éste otro en la defensa del trabajo del médico que siempre está relegado y postergado. Esa es una verdad, no sé si algún día se solucionará eso y llegará la justicia en este sentido.

¿En San Rafael conformó su familia?

A San Rafael llegué recién casado. Me casé el 23 de junio del 58 y llegué a San Rafael el 1º de septiembre del 58. Tuve dos hijos: Armando Luis, que es uno de los abogados del Banco Ciudad en Buenos Aires; y mi hija Cecilia se recibió en la Universidad de Cuyo de contadora pública y hoy trabaja en Mendoza.

¿Nietos?

Tengo cuatro. Mi hijo tiene dos hijos varones y mi hija tiene dos hijas mujeres.

El hijo mayor de mi hijo trabaja en una usina atómica; el hermano menor estudia gastronomía. Y de las chicas, las hijas de mi hija, la mayor está en Polonia becada por la Universidad Nacional de Cuyo, haciendo estudios en Comunicación Social; y la más chiquita tiene 13 años y empezó el secundario.

¿Tiene idea cuántos pacientes atendió en su vida?

¡No, me mató! Cuando se cerró el sanatorio Mitre, teníamos registrados más de 50 mil historias clínicas. Por supuesto que no eran todos pacientes míos, éramos muchos médicos, pero 50 mil personas pasaron en los años que estuvo el sanatorio.

¿Tuvo consultorio?

Atendía el consultorio en el mismo sanatorio. Teníamos varios consultorios en la parte de abajo. Y en calle Buenos Aires –donde hay una tienda ahora– era el quirófano.

Después tuve un consultorio privado cuando empecé a retirarme. Atendía en la casa de un amigo que tenía una hija médica que después se fue de San Rafael a trabajar al Sur y le quedó el espacio. Habré tenido ese consultorio 5 o 6 años.

En tantos años, usted vio pasar gran parte de la historia argentina. El peronismo, dictaduras, democracias y más dictaduras…

Todo lo que usted está nombrando es lo peor que viví. A mí me mandaron a la Plaza de Mayo a escuchar el discurso del 1º de Mayo del “padre putativo” de todos estos. Y había que ir. El administrador del hospital decía “hay que ir mañana a la Plaza de Mayo, todo el personal a tal hora”. Yo estaba en el hospital Argerich en ese momento. Lo hice tres años. En el primer me “rajé”, en el segundo fue más complicado, iban a pasar lista en la plaza. Pasaron lista y no te podías rajar porque después te preguntaban en el hospital por qué no fue y se armaba el lío. Al año siguiente, para joder un poco más, te daban un papelito en la Plaza de Mayo y al día siguiente tenías que llevarlo al hospital… la “democracia argentina”.

Me pasé todas las revoluciones militares ¡y todas esperando algo que nunca llegó! Y hoy tenemos la democracia. Hace poco escuchaba hablar a un tipo por el que siento admiración –no porque fuera un estadista, sino porque era un tipo de principios– que fue Raúl Alfonsín. Se le pueden echar cuarenta cargos en contra, pero fue un tipo derecho y fue un tipo que enfrentó a los militares recién caídos y a los Carapintadas, con Aldo Rico. Evidentemente, ninguna revolución de esas solucionó nada.

¿“La peor de las democracias es mejor que la mejor de las dictaduras”?

¡Por supuesto! Cuando usted no tiene derecho de elegir a quien lo va a gobernar, está jodido, se lo impone otro.

¿Cómo llegó el Club de Leones a su vida?


Llegué por intermedio de un médico oftalmólogo que se llamaba Efraín Dante Gicolini. La escuela para ciegos que constituyó el Club de Leones lleva el nombre de él, porque fue un “león” de gran actuación en San Rafael y en el país. Él me llevó a mí.

Gicolini llegó a ser gobernador de la zona Cuyo (del Club de Leones). Nosotros colaboramos mucho con él.

La misión de los clubes de leones está basada en un “postulado”, que a través de la amistad se hacen obras de servicio, (es servicio y no beneficencia).

Cuando hicimos la escuela Gicolini, lo hicimos con recursos propios y con dos subsidios que recibimos: uno del Gobierno Nacional (que lo gestionó el intendente Russo) y otro a través de una fundación que tiene una vinculación con el Club de Leones.

Hubo una época en la que había que atender a los recién nacidos y a los lactantes con oxígeno en cunas que no eran del todo evolucionadas y algunos llegaban a tener lesiones en la vista. Entonces llegó un momento en que teníamos tres o cuatro alumnos y la Dirección General de Escuelas un día dijo “acá no hay más ciegos”. Entonces se suprimió la escuela “para ciegos” –aunque se sigue llamando Efraín Gicolini– y se incluyó a todos los discapacitados (motores, sensitivos, neurológicos, etcétera). Comprendo que el Estado tiene que darles cabida y ahí tenía una escuela.

El Club de Leones trabaja ahora para agrandar esa escuela porque, originalmente, era para 20 alumnos y ahora hay muchos más.

¿Cómo ve usted hoy al Club de Leones de San Rafael?

Tuvo un cambio muy grande: yo lo veo muy bien. Hay algo que el Leonismo hizo en el año 80. Antes, el estatuto internacional por el que se regían los clubes, decía que para ser miembro había que ser “un hombre mayor de edad con recursos económicos como para pagar una cuota”. Entonces, en Estados Unidos, donde está la sede de la asociación internacional, las chicas fueron y dijeron “los hombres solos, no. Nosotras somos ciudadanas y queremos participar”. Entonces ingresaron las mujeres y se amplía, y el Club tiene cosas que las mujeres hacen y que los hombres a veces no somos capaces de hacer.

Acá algunos cuantos fallecieron, otros se fueron por razones de salud y no podían ir a las reuniones. El más viejo soy yo. Al Club lo veo bien porque hay mucho impulso. Las mujeres tienen características distintas a nosotros, que se complementan. Creo que anda bien, pero estamos tratando de llegar a los 30 socios, que es el ideal.

¿Cómo es un día suyo, la rutina?

Desde que me quedé viudo, evidentemente la vida cambió en todo sentido. Yo era hijo único, mi viejo en lo único que me tenía “zumbando” era con el estudio, pero en lo demás era un tipo libre. Tuve una vida de “bacán”, no sabía planchar una camisa ni lavar los platos… ahora tengo una chica que me ayuda y lo hace, pero algunas tareas he tenido que emprender aunque no me satisface ninguna de ellas, pero no me queda más remedio (risas).

La mañana la tengo ocupada. Entro a las 8.30 al hospital Schestakow, hasta las 12 y después hago alguna tarea en auditoría médica, sobre uno de los ramos importantes que tiene el hospital que es la atención de las ART (Aseguradoras de Riesgos del Trabajo). Las tardes las tengo libres. A veces voy al centro a hacer compras.

¿Maneja todavía?


Sí, pero le hice hacer un curso de manejo a mi empleada porque ya no quiero tener más el registro, porque me exige un esfuerzo grande, me preocupan algunos errores que he cometido y que son por falta de reflejos.

¿Cómo está de salud?
Tengo buena salud para tener 90 años.

¿Cómo se hace para llegar a los 90 años así de bien?

Haciendo una vida sana, ejercicio, cuidándose, ¡y lo que Dios te da!

¿Y mentalmente, hace actividad intelectual?


Leo, antes leía más, ahora un poco menos, pero leo. Salgo a caminar y el otro ejercicio que me mantiene es el trabajo.
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